Juventud orientada: los lápices siguen escribiendo
Por Candela Dolores Fotos: Julia Oubiña
Los bocinazos irrumpen con el sonido coordinado de las mujeres de la Asociación de Trabajadores del
Estado (ATE), que tocan bombos, redoblantes y raspadores en la esquina de Santa Fe y Dorrego
mientras, detrás, sus compañeros sostienen la bandera verde, cerca de sus pares gremialistas de la
Asociación de Magisterio de Santa Fe (AMSAFE). En el centro de la plaza, organizaciones estudiantiles
entonan una canción con un ritmo familiar, por los pibes de Malvinas que jamás olvidarán.
“Adonde vayan los iremos a buscar”, prometen las centenas de adolescentes que llegaron a Plaza San
Martín con un Boleto Educativo Gratuito que costó, entre otras cosas, la integridad de diez compatriotas de escuela secundaria que fueron víctimas de secuestro y de torturas el 16 de septiembre de 1976. Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel A. Racero y Horacio Ungaro permanecen desaparecidos hasta el día de hoy; mientras que Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler sobrevivieron a la llamada Noche de los Lápices.
Antes de las 17, la masa se encolumna con clamor sobre calle Santa Fe. Abundan adolescentes y hay
adulteces que acompañan la fecha reivindicatoria en una jornada que no deja de mirar hacia adelante. “Los lápices siguen escribiendo”, encabeza la barredora de la movilización. “Sin educación pública no hay futuro”, reza también.
En el sector de la Federación de Estudiantes Secundarios (FESER), replican una característica estrofa de aquel momento de lucha setentosa: “Tomala vos, dámela a mí, por el boleto estudiantil”. Se destacan las banderas de los centros de estudiantes, están la del Politécnico, la del Superior, la de la Gurruchaga, la del Normal 1, la del Normal 2, entre otras. Desde las diferentes escuelas, se preguntan quién dirige la batuta. “Les estudiantes o el gobierno con la yuta”, increpan.
Desde el Movimiento de Unidad Secundaria (MUS), aseveran: “¡No nos han vencido!”. Algunas
militantes cantan a cocoyiyo en una tarde a puro agite y una música hace mover al grueso de la gente presente: “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es militar”. Una mujer canosa, con el celular en una mano y con el bastón en la otra, mira con desdén a la multitud, que está doblando por boulevard Oroño mientras interroga: “¿Y las Malvinas adónde están?”.
La temperatura anuncia la cercanía de la primavera y circulan botellas de agua para una juventud
orientada que no resigna el clamor ni un solo minuto. Entre alaridos y gritos de guerra, la mayoría
exclama: “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”. Y refuerza: “Ustedes callaron cuando se los llevaron”. En la delantera, se ven las fotos de quienes protagonizaron aquella protesta por el boleto estudiantil.
Abundan dibujos, cartones, remeras y hasta tatuajes del pañuelo de Madres de Plaza de Mayo; también proliferan las alusiones a Charly García: una bandera con la inscripción “Cerca de la revolución”, un cartón con la frase “Detrás de las paredes que ayer te han levantado te ruego que respires todavía”. Un panfleto llama a “seguir escribiendo por la Justicia y el amor” mientras la alerta que camina se superpone con otra canción efusiva.
El fervor no se negocia hoy. La juventud, que hoy es blanco fácil de discursos derrotistas, puebla la calle y se hace escuchar, enérgica: “Si la patria está en peligro vamos todo’ a militar”. Un cartel indica que “la educación pública se defiende”. El calor lleva a varios a sacarse la remera en un marco repleto de mates, bicicletas, instrumentos musicales y camisetas de equipos de fútbol. Se distinguen también algunos pañuelos de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito; y pulsera con los colores de la diversidad sexual.
Dos mujeres salen a la puerta de un negocio de calle San Luis para atestiguar el revuelo, aunque no le sacan la vista a las pantallas de sus celulares. Una columna entona un tema murguero mientras la de atrás recuerda: “Yo sabía que a Santiago Maldonado lo mató gendarmería asesina”. Un hombre sugiere que se haga una bandera con imágenes de los rostros de cada militante que fue víctima del hito que hoy se conmemora en vez de levantar sus fotografías.
Una chica golpea dos botellas para hacer ruido mientras emerge el humo proveniente de bengalas
azules, rojas y violetas. Ahora, la jactancia jovial: “Yo no soy como esos que se quedan en casa,
escuchando TN para ver lo que pasa”. “Yo nací combativo, yo nací con memoria”, asegura el colectivo
estudiantil que busca “cambiar la historia”.
Cerca de la bandera del Centro de Estudiantes de la Gurruchaga, un chico levanta un cuaderno que
evoca: “Massa 2022”. Además del lema de la jornada, hoy se cumplen 68 años del golpe de Estado al
gobierno de Juan Domingo Perón, popularmente llamado “la fusiladora”. “La educación del pueblo no se vende, se defiende”, afirma con la voz cuando una mujer colorada mira con gesto de desprecio y se muerde el labio inferior a la altura de calle Entre Ríos. “Por los 22 Por los 30.000”, dice el trapo del
Superior de Comercio. La violencia institucional de la democracia también tiene su lugar en el reclamo: “Yo sabía que a Bocacha y Franco Casco los mató la policía ¡Asesina!”.
El calor lleva a hacer paradas estratégicas en kioscos linderos. A la altura de calle Mitre, dos motos tocan bocina y se infiltran a la fuerza entre la gente para cruzar calle San Luis en una maniobra peligrosa para un grupo de transeúntes. Los negocios aportan sus voyeurs, que contemplan la masa sin decir nada. Una piba grita a través del altavoz subida a los hombros de un compañero mientras otra agita una bandera con la imagen de Ernesto Guevara, también en la altura; y un muchacho se acomoda su boina calada al estilo del Che.
“Somos el juicio a la Junta Militar”, vocifera la columna de la Franja Morada, cuyos militantes
compartieron búnker con Patricia Bullrich hace apenas cinco días. Hay quienes corren por los costados de columna en columna, se prende algún que otro pucho y, a medida que calle Buenos Aires se acerca, se va sintiendo el olor a aerosol en paredes y en persianas. Se vislumbra glitter en unos cuantos cachetes y un andar ansioso acelera el paso a la altura de Laprida, donde un par de caminantes están parando para atarse los cordones.
La columna de Nietes enciende bengalas verdes y, en minutos, el MUS hará lo propio al bajar por calle Córdoba, pero su humo será azul. Los mates lavados son síntoma de que falta menos para desembocar en el Parque Nacional a la Bandera, pero ahora la movilización tiene un encuentro generacional en la esquina de la catedral y no puede evitar cantar: “Madres de la Plaza, el Pueblo las abraza”. Mientras mujeres con más causas justas que canas agitan la bandera negra bordada con pañuelos y con palomas en hilo blanco que representa a la Ronda de las Madres Rosario.
El perfume de la torta asada es indicio de llegada. Dos miembros de una agrupación se hacen a un lado para tirar fuegos artificiales y las columnas se amontonan alrededor del escenario. La organización pide que bajen las banderas, pero quienes las levantan hacen caso omiso: AIRE, la Unión de Estudiantes Secundarios del Movimiento Evita, Ciudad Futura y el ALDE, entre tantas organizaciones más. Después de unas cuantas gotas de transpiración, llega la lectura del documento. El aplauso amaga con terminar la marcha, aunque al desenlace lo marca una intervención artística con jóvenes que tienen vendas en los ojos. La expresión trata de visibilizar la idea de esas personas desaparecidas que nunca volvieron a ver a sus familias.