Pandemia cultural: la ciudad perdió diez espacios y otros 60 luchan por sostenerse

Por Azul Martinez
“Cerró Le Bal, hay que aceptarlo, vivimos en una ciudad que se cuelga el cartel de ser un bastión de la cultura y la triste realidad es que en nuestra bendita Rosario, que reboza de artistas y propuestas, sostener un proyecto cultural autogestivo es una tarea titánica, ni hablar en este contexto de pandemia. (…) Alguna vez, no hace mucho, tuvimos el sueño de la aprobación de una ordenanza que regule con un marco legal y que el Estado vele por la permanencia y desarrollo de este tipo de iniciativas. Cuando todo esto pase, volveremos a la carga por el bien de la cultura, el arte, y el trabajo. Fuerza y Resistencia”, señala el músico rosarino Leonel Capitano, con un mensaje de agradecimiento en su Facebook a todas las personas al frente del lugar.
Le Bal era un bar cultural ubicado en calle Tucumán 2342, donde además de shows en vivo y venta de comidas y bebidas, se dictaban diferentes talleres artísticos. Unos días atrás, se conoció la noticia de que cerraba sus puertas, un poco por la incertidumbre de no saber cuándo podrían volver a abrir y otro poco por la imposibilidad de hacer frente a los sucesivos gastos que se venían acumulando desde finales de marzo. Lamentablemente, la lista de lugares que siguieron este camino es más larga y contempla a otros nueve espacios, entre los que se encuentran: La Bartolina, Bracco Bar, Combo Club y Quilombo 27, lugares que supieron albergar a la cultura en sus múltiples e infinitas expresiones.
A pulmón
A fines del año 2016, un espacio emblemático de la ciudad dejó de funcionar. Se trataba del bar La Chamuyera, ubicado en calle Corrientes 1380. Tras reiteradas peleas con vecinos por ruidos nocturnos, el suceso que puso punto final a su historia fue el botellazo que uno de ellos lanzó desde un balcón y que impactó contra Daiana Travesani. La joven se encontraba en la vereda al momento de recibir el golpe y tiene, al día de hoy, secuelas por este hecho que jamás se esclareció, dada la inacción y desinterés por parte de la Justicia.
Al frente de “la Chamu”, como le decían popularmente sus habitués, se encontraban Germán Ruiz Diaz y Marcos Raviculé, quienes iniciaron la movida en el año 2007, organizando eventos entre los que destacaban sus concurridas jams de jazz de los miércoles por la noche.
Tras nueve años juntos y muchas anécdotas compartidas, los amigos y socios decidieron separarse luego de cerrar el bar. “Marcos se fue para La Casona Yiró y muchos de los muebles y objetos que teníamos en La Chamu fueron a parar ahí”, contó Germán, quien decidió seguir por su cuenta. En su caso, tenía la idea de continuar con un proyecto cultural y se lo comentó a Inés Otero, su compañera de tango: “Nos pusimos a buscar y conseguimos el local de Tucumán 2342, ahí tuvimos que hacer varias remodelaciones e invertimos la plata de nuestros ahorros en comprar mobiliario nuevo. Cuando estuvo todo listo, inauguramos Le Bal en el 2018”.
Detrás de sus puertas se albergaron diferentes propuestas, desde talleres con clases de salsa, folklore, biodanza, jazz, yoga y tango, hasta dos milongas semanales, una salsera y fiestas temáticas los fines de semana. “Abrimos durante el gobierno de Macri, lo cual no fue fácil, pero yo quería jugármela. Con esfuerzo, fuimos sumando más actividades y logrando mantener el lugar, pero esta crisis cambió el panorama. Nosotros teníamos un año más de contrato, pero lo rescindimos por la especulación sobre cuándo íbamos a poder volver a trabajar, bajo qué condiciones y pensando en lo castigado que probablemente estaría el bolsillo de nuestro público. Por suerte, con el dueño pudimos acordar irnos sin tener que pagar estos meses que teníamos de deuda”, destacó Germán.
Al igual que Le Bal, muchos otros espacios culturales de Rosario tenían, y tienen, en común el ser proyectos creados por convicción y no por ánimos de lucro. Este también es el caso de La Bartolina, centro cultural que inició sus actividades de la mano del frente estudiantil AIRE, que nuclea a agrupaciones independientes de distintas facultades de Rosario. Frente a un contexto muy duro a nivel político, social y económico, este colectivo de estudiantes cumplió el sueño de tener un lugar propio, poniéndose al hombro la tarea de refaccionar y decorar el local desde cero. Quizás la imagen que perdure en la memoria de quienes pasaron por allí sea la pared de tonalidades verdes y azules de su patio, con la imagen de una niña sosteniendo la pelota y la frase Latinoamérica Unida.
“Abrimos en el 2016, en un escenario donde otros centros culturales habían cerrado porque al día de hoy no hay leyes específicas que regulen su actividad y los gobiernos tampoco las acompañan, poniéndolos bajo las mismas reglas de juego que a un negocio o bar común, cuando su propósito es otro. Fue una tarea ardua, pero de a poco habíamos logrado generar ingresos suficientes para sostenerlo, teníamos un montón de actividades planeadas, un ciclo feminista que se iba a realizar durante todo marzo, pero la cuarentena frenó todo y no contábamos con reservas económicas para aguantar tantos meses sin funcionar”, señaló Flora Pissinis, integrante del grupo al frente de La Bartolina.
Tomar la decisión de cerrar fue difícil y conllevó largas reuniones, aunque se presentaba como la única opción dado que los dueños del lugar no ofrecían otras alternativas para que pudieran quedarse, más allá de pagar el alquiler mensual establecido. El trago más amargo estuvo en comunicarle a los talleristas que dictaban sus cursos allí que no se reabrirían sus puertas: “Si bien La Bartolina se creó por iniciativa de agrupaciones estudiantiles, terminó tomando una dimensión más grande. Había mucha gente que la transitaba: músicos, talleristas, artistas de todo tipo. Nuestra idea siempre fue hacer de este lugar un hogar y eso se había logrado”.
Salir a pelear la crisis
La Chamuyera, El Olimpo, El Espiral, Stop in Brazil, Nómade, Club 1518, La Isla, Lets Dance, Bienvenida Casandra, Lúcuma, son algunos de los bares culturales que bajaron la persiana en los últimos años. Con mucha pasión y dedicación humana detrás, el problema siempre fue la poca cabida que tenían en el circuito formal, debiendo tramitar, en muchos casos, distintas habilitaciones para poder funcionar. A esto se suman las reiteradas sanciones por parte de las autoridades municipales, al no tener una ordenanza que reconozca por completo la actividad y los distinga de la regulación vigente para bares y boliches.
La lucha de los bares y espacios culturales que continúan en pie es, justamente, para no pasar a ser historia. Aquellos con cocina eligieron hacer delivery de comida para obtener ingresos que les permitan sobrellevar estos meses. Dos de los espacios culturales más grandes y, se podría decir, con mayor capacidad económica para afrontar la crisis son Casa Brava y el Distrito 7. Este último ya ofrecía menús ejecutivos todos los mediodías en sus instalaciones, por lo que la logística no varió demasiado. Casa Brava también optó por la venta de comida a domicilio y aprovechó para salir a vender productos que tenían en su espacio como bebidas de autor y combos de menús y bebida. Ambos lugares continúan con su agenda de shows que ahora realizan de forma virtual, con recitales que se emiten por sus redes sociales.
Por otro lado, hay espacios y centros culturales que definieron seguir con sus talleres también bajo modalidad virtual, como en el caso del Centro Cultural Que Te Pasa y de la Casona Yiró. Aprovechando herramientas como Google Meet y Zoom, intentan darle continuidad a las actividades que integraban su calendario anual. También destaca la idea de Bohemia Bar Cultural, que decidió anexar un servicio de barbería a su local, donde se realizarán cortes de pelo y cursos para capacitar en dicho oficio.
Si bien todos estos son esquemas válidos para mantenerse activos y conseguir un resto económico, no alcanzan para pagar salarios, boletas de impuestos y alquileres que mes a mes se acumulan. Es por esto que, desde el Colectivo Rosarino de Espacios Culturales (Crec), integrado por 70 espacios, emitieron un comunicado en donde alertan sobre “el estado de emergencia” que atraviesan. Allí se solicita a la Secretaría de Cultura de la Municipalidad la concesión de premisos que habiliten “nuevas formas para desarrollar actividades” en este contexto, sumado a protocolos y elementos de limpieza e higiene. Por último, exigen la creación de una normativa que los reconozca como Espacios Culturales para lograr una habilitación acorde a su funcionamiento, piedra basal del reclamo que encabezan hace años.
No es mi despedida
«Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón».
Marguerite Yourcenar
Nadie sabe cuándo terminará la pandemia, ni cómo será el mundo que habitemos después de que esto pase. Muchos hablan de que la normalidad, tal y como la conocíamos, no volverá a ser la misma, de que esta crisis impulsó cambios que llegaron para quedarse y que muchos trabajos y actividades van a desaparecer o serán reemplazados. Lo cierto es que, tras la normativa actual que establece el distanciamiento social, preventivo y obligatorio, asistimos a un proceso en el que muchos rubros apostaron por reiventarse, intentando adaptarse al nuevo contexto.
Dentro del sector cultural, no son solo los espacios, sino también las ganas de quienes trabajan detrás de ellos las que se reinventan. “Más allá de todo, del cierre de Le Bal, yo tengo en mi cabeza que el proyecto artístico se terminó en este local, pero voy a seguirla en otro lado, con quienes quieran sumarse. Hay muchos amigos y colegas que están tristes porque no estamos más y me llamaban para darme el pésame, pero yo no estoy mal, hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance. Ahora hay que esperar, pero en algún momento la voy a seguir, de eso no hay dudas”, destacó Germán.
Un sentimiento similar expresó Flora Pissinis al concluir la charla: “La Bartolina la conforman un grupo de artistas, militantes y personas que se juntaron para fomentar la cultura alternativa de Rosario, a nosotros nos une, principalmente, esta convicción. Si bien somos conscientes de que necesitamos un espacio para mostrar esa producción cultural de la que hablamos, las raíces ya se echaron y se armaron, así que estoy convencida de que pronto vamos a florecer en otro lugar”.
Fotos cedidas por Le Bal y La Bartolina