#PesadaHerencia Ezequiel Gatto: «El macrismo llevó a un punto de condensación la relación entre promesa y engaño»

Por Diego Carballido Fotografías: Julián Miconi, Cristian Maiola y Joaquin Martinez.
#MacriChau Se cumplen cuatro años de la gestión cambiemos. Lejos quedaron aquellas promesas de campaña que pregonaban: «Pobreza cero», «Pleno empleo», «No pago de ganancias para los trabajadores», «Terminar con la inflación y el cepo al dólar», entre otras.
Con la evidencia de un país endeudado y en crisis, se puede afirmar que aquellas promesas no solo no fueron cumplidas sino que dejan, a la gestión siguiente, todos los indicadores económicos y sociales en peores condiciones de como los recibieron, allá por diciembre del 2015. Pocos de sus slogans se vieron reflejados en políticas públicas concretas y hubo un claro retroceso en materia de las capacidades del Estado.
¿Qué nos dejan estos cuatro años de políticas neoliberales? ¿Cómo podemos pensar el país que viene? En una región donde la ultra derecha se reorganiza y los sectores abiertamente evangélicos han conquistado bancas en las legislaturas ¿De qué manera jugará el macrismo en el próximo mapa político? En esta serie de notas con especialistas de diversas áreas, buscamos contribuir a la reflexión sobre las consecuencias de esta verdadera #PesadaHerencia.
Ezequiel Gatto es Licenciado en Historia y docente de la UNR, además de Doctor en Sociales de la UBA e investigador del Conicet, pero sobre todo es uno de los investigadores que no concibe a la academia como un espacio alejado de las problemáticas cotidianas. Gatto forma parte de diferentes grupos donde se producen todo el tiempo miradas certeras respectos a cuestiones difíciles de abordar. Con él fuimos a charlar acerca de qué nos dejó el macrismo en términos simbólicos y, al mismo tiempo, evaluar cuáles son los desafíos de ese futuro cercano que deberá afrontar la administración de Alberto Fernández.
“Se podría hablar de las hipótesis de futuro que fue modificando el macrismo», propone Gatto al comienzo de la charla.
— ¿Cómo sería eso?
— Hay algo que vengo pensando desde hace tiempo, porque las mentiras fueron flagrantes y eso es indiscutible, acerca de la dificultad de defender al macrismo a partir de sus mentiras. Por lo tanto, mi cuestionamiento es: ¿Por qué mienten? ¿Cuál es el objetivo de mentir? A partir de ahí, y de las promesas no cumplidas, hay algo para pensar en relación a la promesa política. Porque el macrismo llevó como pocos gobiernos a un punto de condensación la relación entre promesa y engaño. Existió una sistematización y diseminación amplísima de esa forma de hacer política. En una elucubración maliciosa, se podría pensar que buscaron la destrucción de la promesa política y llegado a ese punto ¿quién se va a animar a prometer algo? Es un ataque al corazón de la política, porque no hay política sin promesa.
— ¿No existe una injerencia de la lógica religiosa en el sustento de la promesa política? En la idea de que el futuro siempre se plantea como algo superador al presente.
— A mi entender, es algo compartido. La política moderna, en el sentido en cómo se vincula con el futuro, es un sucedáneo de la religión. Es una secularización de ciertos postulados, sobre todo del cristianismo y no de toda la religión, que plantea un presente de sacrificio para lograr un futuro de salvación. Es algo que acompaña en gran medida a la historia de occidente. La diferencia respecto al macrismo reside en que plantearon un futuro a lograr en el año 2015, que podríamos resumir en pobreza cero aunque hubo muchos más, y a lo largo de estos cuatro años fueron cambiando infinitas veces y casi deshaciéndose de sus propios futuros. Como una postergación permanente y una modificación constante de lo prometido. Ahí hay algo novedoso.
— Y el sustento de la gente que lo apoya, a pesar de esa promesa incumplida ¿Cuánto se sostiene a causa de que Macri no pertenece al arco que podríamos identificar como peronismo?
— Haría algunas salvedades. El peronismo tiene que reconocer que no hay Macri presidente sin parte del peronismo votándolo en el 2015. Hay algo de esa promesa, que podría ser la salida de Cristina, que funcionó. Porque otra cuestión es que la base del apoyo a Macri se reconoce como antikirchnerista y en menor medida como antiperonista. Básicamente, no creo que todo el mundo que votó a Macri sea macrista. Y también existe esta especie de devaluación de futuro, con esas primeras promesas del 2015 que desembocaron en un «apóyennos para que no vuelva Cristina», porque no tenía nada más que eso.
— Realizaste estudios con respecto a las marchas de apoyo al ex presidente Macri ¿Qué elemento distintivo pudiste encontrar?
— Fueron marchas donde hubo mucha gente con un discurso defensivo. Pero también fueron movilizaciones donde se pudo ver que la categoría de raza en Argentina se funde en la palabra «negro» y en una familia de palabras como: «zurdo», «peronista», «choriplanero» o «vago». Son todas palabras que están racializadas, es decir, son categorías que se utilizan para distribuir y valorar poblaciones, pero también para imputarlos o adjudicarles cierto futuros y posibilidades. Es algo transversal, porque en las clases altas es más difícil de encontrar estas categorizaciones pero no es imposible. Hay como una categoría móvil que va perimetrando poblaciones para atacarlas con un discurso racial y el macrismo es un sujeto blanco que está activamente produciendo este tipo de categorizaciones. Al mismo tiempo, existe un corte de clase casi regional que surge a partir de los resultados de las elecciones donde se mostraba un país divido por una franja central que había votado a Macri. Es la zona que va desde Mendoza hasta Buenos Aires, reconocida como la pampa sojera y de la producción de bienes regionales de exportación. Esa franja se autodenomina como «la argentina que produce». Ahí existe un corte fuerte, porque es la idea de que el país está divido entre aquellos que trabajan y los que no. Esa es la matriz principal alrededor de la cual se está organizando la cuestión racial. «Los negros no trabajan» o «viven de lo que otros producen». Algo curioso, porque la clase parasitaria históricamente siempre fue la burguesía, pero ahora son los excluidos. Ahí veo algo fuerte, alimentado por todo el discurso antiperonista que se ordenó en contra del consumo y a la idea de que: «estos que no trabajan, no tiene derecho a consumir».
— Cuando en general, suelen tener trabajos de mala calidad y lo hacen muchas más horas que alguien que no es considerado de esa manera. Sin embargo ¿creés que este mecanismo, que se alimento desde el macrismo, es el gérmen de algo nuevo?
— Creo que sí, es un elemento importante del discurso que va a tener la oposición a partir del 10 de diciembre. Imagino que el núcleo que quedará apoyando a Juntos por el Cambio será duramente racista y antiperonista, independientemente de que se salga de la crisis económica, porque es un elemento que puede persistir como aglutinador.
— ¿Te preocupa que eso pueda derivar en movilizaciones callejeras en el corto plazo?
— Estamos en un momento en la región bastante inestable, sumado a que desde algún lado Juntos por el Cambio va a tener que encontrar razones para seguir existiendo, y quizás no tomamos nota de que la sociedad argentina está muy movilizada y politizada. Ese ejercicio de la marcha, en los últimos años, no pertenece solamente a los movimientos progresistas. Desde las marchas como la de Blumberg, la del campo y en particular las que sucedieron en contra de Cristina desde el 2012 en adelante, son todos ejemplos donde se observa que la derecha fue tomando dinámica callejera. Algo que se vio luego de la paliza que recibieron en las elecciones PASO, donde se dieron cuenta que al mover la calle se obtenían resultados. Si a eso le suma que se aproximan eventos como: la aprobación del aborto legal, seguro y gratuito, junto con la rápida aplicación, de parte de Alberto Fernández, de algunas políticas sociales, son situaciones que pueden generar que los sectores más cercanos al pensamiento de derecha salgan a la calle a protestar.
— Esa derecha, una de las cuestiones que motoriza son soluciones discursivas fáciles a problemas complejos, aunque después no las cumpla ¿Creés que este nuevo Estado que se constituye después del 10 de diciembre aprendió de errores pasados, respecto a los límites de la discusión políticas de las problemáticas cotidianas?
— El arco de acuerdo que está buscando Alberto es muy amplio, va desde la Ctep hasta los empresarios Mindlin y Galperín. Eso me hace cierto ruido y no sé como se pueden mantener dentro del mismo espacio. Creo que su desafío es tratar de recomponer esta trama social con empresas fuertes y trabajadores integrados, pero no veo cómo se puede timonear esos acuerdos durante mucho tiempo. Luego, creo que se van a articular políticas sociales fuertes y a la clase media le va a llevar un poco más de tiempo acomodarse, porque el eje va a estar puesto en el hambre. Una cuestión que es válida, legitima y justa, pero también es una manera de subordinar la agenda social solo ese tema. También, está bueno pensar si se van a dar discusiones con respecto al modelo alimenticio, si va a existir la voluntad política de dar esa discusión, porque el riesgo sería una reedición del modelo kirchnerista. No son prejuicios, sino preguntas que hago de cara al futuro. Por otro lado, cuando lo escucho a Alberto creo que es alguien que está pensando en una sociedad que agregue valor a través del conocimiento, una cuestión que estuvo en el último gobierno de Cristina pero más en forma de épica. Y por el gabinete que armó -Alberto- me da la impresión de que puede haber una intención más sistemática de ir a modelos industriales actualizados. La agenda está abierta y va a ser importante discutir. En un punto, la discusión sobre el proyecto de país, es una discusión sobre qué quiere decir ser productivo. Si vos regalas la categoría de Estado productivo a la derecha te hacen este desastre de los últimos años. Es necesario volver a discutir qué quiere decir trabajar y qué significa producir. Para mí, que leo en claves más autonomistas o deleuzianas, significa redistribuir las capacidades de trabajo y de creación. Ahí, hay también un nuevo Estado para pensar.
— ¿La discusión del Estado eficaz?
— Totalmente, sobre todo en Latinoamérica es una discusión que hay que dar. Hay que perder el miedo a que muchas críticas sobre cuestiones que no funcionan en proyectos progresistas, tal vez, de verdad no funcionan. El tema es cómo se reconfigura eso a nuestro favor.
— Hablas de dar discusiones desde lo colectivo ¿Cuáles serán los espacio donde se podrá discutir? ¿Las redes sociales?
— Las redes son interesantes, pero muchas veces no tienen efectos organizativos porque no precipitan en algo concreto. Son un espacio más bien para mantener vivos algunos debates pero no para darles alguna forma. La pregunta sería dónde se pueden dar discusiones que puedan formar parte de lo social, y lo mío es una declaración de esperanza, me parece que todo lo que está pasando a nivel de producción de alimentos y agroecología en Argentina, si se le presta atención, es un lugar muy potente para pensar muchas cosas. No me refiero solo a cuestiones ambientales, sino que permite pensar alimentos, infraestructura, biotecnología, calidad de vida, integración por empleo y hasta reordenamientos de las ciudades. Otra discusión es la de ciencia y sociedad, o cómo se produce y divulga el conocimiento.
— Finalmente te quería preguntar por la violencia ¿Cómo se actuó durante cuatro años y qué pensás que puede suceder a futuro?
— Desde el macrismo se reconstruyó una categoría clásica de la violencia, donde solo es violencia si se ejerce de manera física. Si pensamos en las críticas que se le hizo a los movimientos sociales siempre fueron por este tema, donde la única violencia que se condena es la vandálica, cosas que durante el kirchenrismo existía pero con una serie de matices. Esta es una cuestión a resemantizar de manera urgente, la violencia es mucho más que ese hecho material. La otra sensación va de la mano con la idea de porqué esto no explotó socialmente. Y en ese caso, cuando escucho a dirigentes como Grabois, creo que existe una gran diferencia entre las generaciones anteriores y la actual con respecto a la visión de la violencia y la muerte. En los años setenta, y no los estoy idealizando, la violencia era un recurso posible y las muertes generaban discusiones menores con respecto a sus consecuencias. En la actualidad, esa discusión cambió radicalmente y es con todos vivos, algo que festejo. Por lo que probablemente no hubo otro 2001 es porque desde el progresismo todos dijimos: es con todos vivos. El lugar de la muerte en la política argentina, al menos desde los movimientos emancipatorios, ha cambiado.