¡Que sea ley!

Por Loreley Flores. Fotos: Ana Isla, Cristian Maiola, Rulos Queers
Fueron llegando, no de a un colectivo, de a cientos.
Fueron llegando, no de a una, de a miles. Ellas: distintas, diversas y diverses, un tanto atrevidas, convencidas de que pueden, desafiantes, de todas las edades. Las une entre sí convicciones, luchas, sueños, las distingue del resto el pañuelo verde, ese que hoy habla con su sola presencia.
La Ciudad de Buenos Aires no las esperaba, o sí, pero no a tantas. La Avenida Rivadavia estaba colmada: tomada desde muchas cuadras antes de llegar al Congreso, hasta Callao, y por Callao también había muchas cuadras ocupadas, al igual que cada calle que desembocaba en ella. Sabían que iban a habitar ese lugar durante muchas horas y que el abrazo vencería al frío, así que iban armando trincheras, refugios, lugares a dónde volver.
La plaza estaba dividida por vallas, de un lado estaban quienes se oponen al derecho a decidir, a la libertad y a la soberanía de las personas sobre sus cuerpos, quienes se oponen a los derechos conforme a si se ajustan o no a sus dogmas y creencias. Sus colores insignias eran el rosa y el celeste. Por la mañana eran muy pocas personas, y por la tarde llegaron más, pero no muchos más sobre todo si se compara con «el otro lado». Su actitud era hostil, había enojo en sus caras y en sus tratos. Llevaban pequeños carteles en sus frentes y en sus ropas que decían: «Por favor, no me mates». No habían entendido nada, no querían hacerlo. Se arrodillaban, rezaban, gritaban y cada tanto, cruzaban las vallas para molestar y hostigar.
Del otro lado de la plaza, del otro lado de las vallas todo era una fiesta, no paraban de llegar más y más personas. A quienes habían decidido poner un puesto de venta de comida del lado «verde aborto», les fue mucho mejor que a quienes estaban del «celeste y rosa», al igual que a los bares y negocios.
Poco después de las 11 de la mañana, comenzó a tratarse en la Cámara de diputadas y diputados el Proyecto de Ley de Despenalización y Legalización del Aborto, y la ansiedad, la energía, las certezas y los miedos se instalaron en quienes estaban en las calles, en los autos que venían al punto de encuentro, en los colectivos que estaban en viaje, en las oficinas. En gran parte del país se produjo el silencio: el primer paso era conseguir cuórum. En la legislatura se sentaban, se paraban, el conteo subía y bajaba y de pronto, el primer pequeño festejo: ¡arrancó la sesión! ¡Hubo cuórum! El tratamiento sobre tablas se aprobó rápidamente y todo fue alegría y alivio: este 13 de junio se trataría por primera vez en Argentina la legalización y despenalización del aborto y las voces llenaron todo al canto de ¡Que sea ley! ¡Que sea ley!
Circular por Rivadavia o Callao fue difícil desde temprano, los cuerpos pintados de verde, con brillos, pañuelos, banderas y pancartas ocupaban el espacio transformando el aire que habitualmente está viciado con imposiciones patriarcales, reglas misóginas y antiderechos en uno mucho más puro y respirable, un aire fresco que olía a libertad, del que todas y todes querían apropiarse.
Miles y miles de mujeres, lesbianas, travestis, trans y también varones ocuparon las calles porque sabían claramente que ese era el lugar donde debían estar. Viajaron cientos de kilómetros, perdieron el salario de un día de trabajo o negociaron devolver las horas, pero no dudaron. Ni el perjuicio económico que les representaba, sobre todo en este momento de crisis y precarización ni el cansancio ni las crudas temperaturas que iban a pasar en la calle les generaron dudas o temor. Se iba a tratar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo -así de novedoso, así de retrógrado- y había que dar un mensaje claro a quienes iban a hacerlo. Gran parte de la sociedad ya lo había despenalizado y si para alguna legisladora o legislador había dudas, esos miles de cuerpos en la calle definirían el voto. No daba igual. Había que estar.
No se llegó a esta instancia por casualidad, hay una necesidad clara en gran parte de la sociedad de igualdad. Las mujeres, travestis, trans y otras identidades disidentes históricamente nunca han compartido la línea de largada, siempre estuvieron muy atrás. Los derechos humanos no aplicaban a las humanas. La capacidad de ciudadanía era íntegramente masculina. La larga marcha por los reconocimientos y reivindicaciones tiene mucha historia y ha ido corriendo los límites de la política y lo sigue haciendo. Hubo grandes luchadoras, pensadoras y militantes que han ido rompiendo estructuras, ganando y perdiendo pequeñas y grandes batallas y eso las fortaleció, les dio herramientas y fueron generando sus propias agendas, sus propias batallas, sus propias estrategias.
Legalizar y despenalizar el aborto es una de esas batallas y la vienen dando desde hace mucho tiempo. Hace 15 años en un Encuentro Nacional de Mujeres, un puñado de ellas tomaron la antorcha que le habían pasado otras que las antecedieron y decidieron empezar a hablar de abortos sin eufemismos ni hipocresías. No era tan fácil, la tierra no estaba tan fértil. Los sectores antiderechos que se oponen hoy, también se oponían en ese momento. En las casas abundaban las historias de abuelas, tías, madres que habían abortado ayudándose entre ellas, sororas aunque no supieran de la existencia de esa palabra. Mujeres que, víctimas de otras violencias o no, decidían cuándo ser madres y qué cantidad de hijos o hijas tener. Tal vez sin la teoría de «mi cuerpo, mi decisión», tal vez como un mero acto de supervivencia. Seguro ocultándose de todo por la clandestinidad impuesta y por el dedo acusador de la iglesia y de la sociedad; seguro exponiéndose a muchos riesgos, tal vez convencidas, tal vez con dudas, seguro con miedos, seguro acompañadas entre ellas.
Se hablaba en las casas, pero no salía de ahí. No era fácil. Pero este grupo de mujeres jugadas y luchadoras pusieron el cuerpo en las calles por sí mismas y por todas; simplemente por el derecho a decidir. Eligieron el pañuelo como símbolo de lucha inspiradas en las Madres, el de ellas sería verde. Armaron una campaña de unos meses para poner el tema en agenda. Esos meses se transformaron en años de trabajo sostenido y sistemático. La Campaña Nacional por la Legalización y Despenalización del Aborto con su lema «Educación Sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir», presentó siete proyectos de ley a lo largo de estos años sin lograr siquiera que se debatiera en comisiones. Hasta este año. Podrán decir que fue una maniobra política del gobierno de turno, podrán decir que es contra la iglesia, podrán decir muchas cosas, pero lo cierto es que la presencia de cientos de miles de personas en la calle durante el 13 de junio -de día y de noche- tuvo que ver con la militancia de mujeres de antaño -las históricas- que fueron andando el camino. Muchas de ellas estaban ahí con sus pañuelos y banderas, muchas otras ya no están, pero sus vidas se siguen recordando por imprescindibles y necesarias. Ellas junto con todo el movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans pusieron al aborto sobre la mesa de debate sacándolo del ostracismo en el que se recluye lo prohibido.
Y ahí estaban las amadas y respetadas brujas mayores, precursoras de todo, y las pibas de secundaria juntas, luchando por lo mismo. Unas hablándole a sus hijas e hijos, las otras hablándoles a sus padres y madres. Todas hablándole a todo el país. Explicando y exigiendo lo que les corresponde. Exigiendo algo mucho más profundo que la legalización y despenalización del aborto, exigiendo la autonomía que los varones ejercen desde siempre, el derecho a decidir sobre sus cuerpos, sobre sus proyectos y sobre sus vidas. Exigiendo al Estado que deje de tutelar sus decisiones. Exigiendo la igualdad en todo. Poniendo en su lugar las responsabilidades que siempre recayeron injustamente sobre ellas. Creando nuevas formas de militancia, de comunicación, de hacer política. Creando nuevas palabras que las contengan, las definan, que hablen de ellas y ya no por ellas. Vaciando de significados impuestos arbitrariamente a cada acción, cada enunciado, cada insulto y cargándolo de uno nuevo, profundamente personal, profundamente político.
La noche llegó temprano y las bajas temperaturas también. Los cuerpos se abrazaban y buscaban algo de reparo en bares, hostels, hoteles, en las calles, en las veredas, envueltos en frazadas compartidas, bufandas, camperas, guantes, polainas; en las carpas, frente al Congreso o en el escenario. Cuerpos y más cuerpas cercanas, hermanadas, buscando protegerse del frío, pero dispuestas más que nunca a no moverse de ahí. Los celulares estaban colapsados, desde muchos lugares del país llegaban fotos y selfies de cómo estaban siguiendo la sesión, en manadas y a puro nervio en las distintas latitudes. Desde Buenos Aires salían fotos y transmisiones en vivo a cada lugar donde una o más mujeres se quedaron apoyando y con ganas de estar acá. Adentro de la legislatura seguían las exposiciones, en algunas pantallas de las carpas o bares cientos de mujeres las seguían. En el escenario había cantos, proclamas, bandas musicales, transmisiones en vivo desde el Congreso y mucho movimiento para conjurar el frío a otro lugar. La pregunta recurrente era «¿Cómo vamos?». La respuesta siempre ajustada: uno arriba, uno abajo, dos arribas… La ansiedad se traducía en energía, en movimiento. Había que pasar la noche.
Comenzaban a llegar noticias: un diputado que estaba viajando para votar a favor. Uno más. La noche transcurría y seguían las exposiciones y el estómago se hacía un nudo. Los sentimientos se balanceaban dentro de cada una de ellas, la media sanción tenía que salir. Si quienes legislan representan la voluntad del pueblo, no podían ignorar lo que pasaba paredes afuera del Congreso, la marea verde de pañuelos lo cubría todo. ¿Y si no salía? Si no salía, vendría el llanto, los abrazos y luego rearmarse para continuar la lucha por las reivindicaciones.
¡Pero salió! Después de 22 horas de sesión, dos meses de debates, más de 700 exposiciones -a favor y en contra-, 13 años de Campaña y muchísimos años más de militancia, el Congreso debatió y le dio media sanción al proyecto de ley. 129 votos a favor y 125 en contra. Y Buenos Aires tembló. ¡Todo el país tembló con el festejo colectivo, con cada salto, con el festejo de gol!
¡Que sea ley! ¡Que sea ley!
Y vino el llanto, los abrazos, las risas, el agradecimiento infinito a quienes se animaron, hace muchos años, a ponerse el pañuelo por primera vez. Ese que se sacaba del cajón en las marchas y que hoy recorre todas las calles del país todos los días. No hay dudas, no hay vuelta atrás. Mujeres y otras personas con capacidad de gestar hablaron de aborto en primera persona, hablaron de decisiones propias y de proyectos personales. Hablaron en sus casas, pero también lo hicieron en la calles y hasta en el mismo Congreso. Pudieron sacarse a sí mismas del lugar de reproductoras obligadas de la especie y se atrevieron a decir: feminismo, igualdad, amor, sororidad, libertad.
Llegó el llanto y la emoción. Llegó la alegría infinita, los abrazos eternos y apretados; y el empoderamiento. Hace tiempo que no son las mismas y cada vez se sienten más juntas y libres. Han aprendido a desafiar al miedo y a alzar la voz. Han aprendido mucho y van por más. Se paran distintas, se autoperciben de otra manera, hay cosas que ya no admiten y la sociedad toda está siendo testigo. El próximo paso será el Senado, ahí el proyecto puede convertirse definitivamente en ley, pero mientras tanto no abandonan ninguna lucha. Siguen repitiendo que sin Aborto Legal, Seguro y Gratuito no hay Ni Una Menos, que Vivas, Libres, Deseantes y Desendeudadas se quieren y han dado señales claras de que quien quiera ejercer una función pública deberá expresar claramente cuál es su postura frente a los derechos las mujeres, lesbianas, travestis y trans. No están dispuestas a dar ni un paso atrás. Hoy menos que nunca.