«Es necesario poder problematizar la imagen de una guerra narco»

Por Diego Carballido. Fotografía: Sebastián Vargas
En los pocos meses que lleva transcurridos el 2018, los índices de violencia seguida de muerte en la ciudad vuelven a poner a Rosario en el foco de atención de los grandes medios de Ciudad de Buenos Aires. En el medio de megaoperativos y decesos de jóvenes en los barrios que no parecen generar gran estupor por llevar impresos el mote de «ajuste de cuentas», desde Sin Cerco decidimos conversar con la doctora Eugenia Cozzi, docente de la Cátedra de Criminología y Control Social de la UNR e integrante de la Multisectorial contra la Violencia Institucional. «Si hacemos una aproximación cuantitativa, se puede deducir que la tasa de homicidios de la ciudad de Rosario creció significativamente en los últimos años, llegando a un pico en el año 2012/2013 donde casi triplica su tasa media histórica y la ubica junto a las tasas de las grandes ciudades argentinas. En los años posteriores, comenzó a descender pero sigue siendo una tasa muy elevada y las principales víctimas y victimarios son varones jóvenes de sectores populares. La otra cuestión importante tiene que ver con las imágenes que se construyen sobre estas muertes y cómo a partir de ahí se piensan políticas públicas. En ese sentido, tanto en el 2013 como a principio de este año se construyen explicaciones que son «tranquilizadoras», pero que distorsionan la imagen del fenómeno. Se intenta reconstruirlo a partir de las experiencias de las personas que participan en estas dinámicas de violencia letal, pero si les preguntamos a los jóvenes que protagonizan estas situaciones dista mucho de la narrativa construida, sobre todo, desde los medios de comunicación, pero también desde áreas estatales», explica Cozzi y sostiene que: «Es necesario poder problematizar la imagen de guerra narco o de una violencia instrumental por disputas de mercados ilegales. Porque estas imágenes habilitan o generan las condiciones para la implementación de un tipo de políticas denominadas de ‘mano dura’ o más punitivas que, en realidad, agravan el problema generando mayor conflictividad».
—En distintas oportunidades, denominás a algunas víctimas de violencia como los «matables», ¿podrías ampliar el concepto?
—Para hacer un análisis más complejo hay que pensar cómo estos jóvenes son construidos socialmente como «matables». Eso se genera a partir de procesos sociales donde se los ubica en un lugar cuyas muertes no generan demasiadas consecuencias en términos de que son desatendidas socialmente, políticamente y judicialmente. Y entre los mismos jóvenes se comparte este criterio de victimización, es decir, de ser «matables». Todo esto, genera condiciones de posibilidad para que estas muertes ocurran. Por un lado, hay que discutir las imágenes que se construyen en torno al fenómeno y, por otro lado, es interesante no dejar solamente en el centro de la escena al pibe con el «fierro» en la mano que mata a otro joven. Sino que debemos colocar a muchos otros actores sociales que hacen que esto sea posible. Preguntarnos: ¿qué produce que esos pibes sean «matables»? Ahí, hay mucho para trabajar sobre las agencias del sistema penal, las fuerzas de seguridad, la Justicia, el poder ejecutivo y el mercado de armas ilegales con su circulación y accesibilidad. O sea, sobre los materiales socialmente posibles para que estos jóvenes construyan respecto, identidad y prestigio. Si se intenta reconstruir las dinámicas de violencia en los últimos tiempos en la ciudad, y aún en los momentos donde se construía esa narrativa de guerra entre «Monos» y «Garompas», nos vamos a encontrar con una violencia horizontal, entre pares, que se relaciona con la construcción de poder y la disputa de masculinidad.
—En este contexto,¿qué lugar viene ocupando el Estado?
—No hablaría de un Estado ausente, sino que habría que discutir cómo interviene. En ese sentido, se puede pensar en las desatenciones que se producen, ya que muchas de estas muertes no son investigadas y tampoco sancionadas. Pero el Estado interviene; es el que genera las condiciones para que se produzcan estos hechos. No se trata de territorios abandonados sino que el Estado está presente de diferente forma.
—¿Cuánto hay de estigmatización y cuánto de imagen real respecto a la violencia en Rosario?
—Creo que las imágenes no se construyen sobre la nada. En todo caso, se pueden construir imágenes distorsionadas del fenómeno. Pero sí creo que Rosario, teniendo en cuenta las características de una ciudad que hace un tiempo atrás tenía una tasa de homicidios relativamente baja en relación a las otras ciudades del país y décadas atrás venía en contrasentido de las políticas nacionales con un gobierno local muy presente que se fue perdiendo, analizando su propia trayectoria a lo largo del tiempo, en relación a estos temas, estamos viviendo una situación sumamente preocupante. No solo porque los muertos se acumulan sino porque desde el Estado no se establece un abordaje adecuado para estos conflictos. Ya que, o se lo niega o se construye una explicación que distorsiona el fenómeno, relacionándolo únicamente con una guerra entre narcos para plantear solo una respuesta punitiva.