Lunes 18

Por Lucas Paulinovich. Fotografía: Cristian Maio.
Podría parecer ficción podría parecer que es un país que no existe, podría parecer una campaña del miedo, pero no, es la mirada de nuestro cronista Lucas Paulinovich sobre lo que ocurrió en Argentina entre el 14 y 18 de diciembre.
Lunes 18
16 de diciembre de 2017, a partir de las hora 14 y hasta su efectiva conclusión, habilitándose horario judicial en caso de que fuere necesario para asegurar el éxito de la diligencia.
Al señor jefe de la Policía Federal:
Ordénese el registro domiciliario de la finca tal por cual. Sepa que el orden es justo y hágalo. Entre y busque, debiendo secuestrar: artefactos explosivos y elementos para elaborar los mismos; panfletos, banderías y propaganda política -ropa y papeles-; elementos cortopunzantes; micrófonos y cámaras; llaves falsas; ganzúas; y todos los elementos útiles para las pesquisas, debiéndose obtener fotografías de los mismos.
En caso de ser necesario, acerque la llama del encendedor: cualquier material inflamable servirá para las fogatas. Tenga en cuenta -muy- las Nuevas Amenazas para proceder a la identificación de sospechosos: pobreza extrema, superpoblación y migraciones masivas, terrorismo internacional, narcotráfico, fundamentalismo religioso, luchas étnicas y raciales y populismo radical. Para evitar errores, adviértase: radical por radicalizado, no de Unión Cívica. Obsérvese: marxistas derrotados con vinchas indígenas; pañuelos que tapan las caras; ojos llorosos; capuchas; montoneros tardíos; anarquistas irredimibles; malvivientes de toda laya.
Todo un avanzado operativo para la interceptación y captación de comunicaciones se desplegará a la misma vez. Para las operaciones complementarias en seguridad interior se reentrenarán a los soldados para policías. Con cinco minutos para reprimir. Doctrina yanqui e instrumental cibernético antidisturbios israelí. A estrenar. Las pruebas pilotos resultaron satisfactorias. Varios detenidos y hasta los periodistas agujereados. Recuerde: en la Revolución de la Alegría no se admite el malestar social. Los vicios de la protesta. Malformaciones de la realidad. La burbuja estalla y deja un aire confuso y cuerpos que se pudren cada vez más rápido.
Esta vez, las recreaciones estarán mejor guionadas. Nada menos parecido al conmovedor montaje del Comando Savino Navarro en Entre Ríos. Hay -ahora- todo un amplio equipo informático trabajando para eso. Policía de la Ciudad, conocedores del mapa y el territorio. Recuerde: estamos en plena refundación, dando los debates del futuro. Medicinas para la temporalidad. Nuestros pasos previos, iniciadores de una nueva fuerza, moderna y con funciones mixtas. Aténgase: conflicto social, control del crimen callejero, la documentación personal, asuntos de aduanas y migraciones. Nadie se cree nada. Acá ya nadie cree en nada. De ser posible: dé la orden y dispare. En caso contrario, simplemente dispare.
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“Les mienten cuando dicen que les vamos a bajar la inflación”. “El pueblo no gobierna a través de sus representantes”. “Los jubilados y demás pobres”. Son miles los que están mirando la pantalla gigante que se montó en medio de la calle entre la plaza San Martín y la sede de Gobernación. Hace cuatro horas se reparten los tiempos entre mociones de orden y cuestiones de privilegios. La negativa gana todas las votaciones que intentan levantar la sesión. Los diputados de la oposición exigen que se detenga esa farsa ante la masacre en el exterior.
—En media hora se resuelve- dice el presidente.
Después se va, es reemplazado; más tarde vuelve, y otra vez es reemplazado, hasta que se reincorpora al final. En ningún momento cesa la violencia; solo se atempera, modula su aplicación para volver a enervarse. En las comisarías empiezan a caer los primeros detenidos. Algunos diputados están en la calle: entran al recinto, hablan y vuelven a salir recorriendo las comisarías. Otros intentan acercarse al lugar de los disturbios, pero no los dejan salir de las inmediaciones sitiadas del Congreso. Los focos represivos se dispersan más allá del vallado. La mayoría no se llegan a ver: la policía salió de cacería por toda la zona.
Hay oficiales tirando piedras, manifestantes que se arrepienten y se ponen a trabajar para la policía en la marcha, encapuchados con esposas deteniendo gente. Gasean el subte. Un joven que no se pudo identificar. Un grupo de cinco policías lo redujo. Detenido. Ninguno de los que intervino y filmó y gritó, pudo impedirlo. Tiran gases a las columnas que desconcentran, encerradas en callecitas estrechas, como echando fly a las hormigas. Una señora de 70 es detenida. Las armas caseras. Los violentos. El pánico de lo que ocurre.
En el interior de la Cámara, mencionan lo del bono compensatorio girado al descubierto. Afuera, las camionetas policiales atropellan a los manifestantes. Partidas de motos ingresan por las calles persiguiendo a los grupos que se desordenan y corren. A un pibe lo patean, se tropieza y cae contra el cordón. Queda tirado. Lo pasan por arriba con la moto. El Congreso es el estacionamiento de los camiones hidrantes. Los manifestantes se protegen con acrílicos. Ataques cruzados de piedras y balas de goma; rulemanes y bulones contra gases. Cubiertos con una plancha de fibrofácil avanza un grupo contra la formación policial. Se ponen a un metro. Tres sostienen la barrera, otros tres se asoman y lanzan piedras. Enfrente, armados en punta como pájaros de guerra, los policías tiran y tiran. Saltan los cartuchos como guirnaldas.
A esa hora, en la quinta, se pone 5-3 arriba. Set point para el presidente. El quorum está constituido.
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—Pregunten tranquilos, dos o tres más- dijo el ministro en el salón central del Sheraton Retiro.
La reunión con el Círculo Rojo, ciertos dadores de fe y buena gobernanza. Hubo, también, inesperadamente, la presencia de algunos industriales. Otros reconvertidos en dirigentes políticos intentando desenamorar a los empresarios modernizadores, convencidos que ponen en éstos sus fichas por no tener la suficiente confianza para asumir un rol histórico. Los escuchan poco, no tienen crédito, no les creen. Todo eso les suena a viejo, entienden de otra manera la productividad. Toman el malbec y el chardonnay de bodega propia que les ofrece uno de los CEO’s que organiza el encuentro. Les preocupa: la inflación persistente, las tasas de Central, el acceso al crédito productivo, la violencia expandida desde el sur. Todavía en ese momento, imaginan lejos una posibilidad urbana.
Son solo de siete días los lapsos. Una semana. Todos los blancos concentrados en una reforma. El ministro, lejos de la seguridad del Sheraton, sale a defender la represión en el Congreso. Se les cayó la sesión. Es un momento de irresolución. Están desacostumbrados a perder, no saben responder cuando les dicen que no. Avanzan. La semana próxima se redoblará la apuesta.
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La multitud que seguía el debate del Congreso en la pantalla de plaza San Martín, empieza a desconcentrar. Se hace de noche y quedan los últimos distribuidos entre el playón central, el cordón de la vereda, alguno de los espacios con césped.
La discusión continúa en una secuencia de discursos que varían en intensidad y rigor. Una pareja -vestidos, ambos, con indumentaria deportiva elástica y chillante- camina a paso agitado con una cantimplora cada uno en la mano: la de ella rosa fuerte; la de él, azul. No hay demasiado movimiento. Algunos cafés con gente. Casi todas las personas que circulan por ahí, parecen estar volviendo. Es un momento de tránsito. En Olivos se terminó el partido de pádel. Ahora verifican detalles de la estrategia para cruzar la noche. La votación se proyecta para las primeras horas de la mañana. Ya pasaron los momentos más crudos, ahora queda lo que puedan llegar a decir o mostrar los medios. Hay que armar la campaña en las redes. Trabajar la crisis y el miedo.
La calle se despuebla. Está lenta, semivacía. Un pibe con musculosa que aparenta rotosidad y abandono pero está recién comprada, pasa con unos auriculares blancos, con la mirada reconcentrada en un punto fijo al frente, serio. Al alejarse deja una estela de golpes huecos y sonidos eléctricos en el aire. Termina la jornada de compra de regalos navideños. Un rockerito treintañero que se puso una vinería está pegando un arbolito en la vidriera.
—Queda lindo ahí, ¿eh?- le dice con la voz cascada a un par de amigos que lo acompañan.
Hay punkitos de derecha. De cultura inglesa. Niños enojados con sus padres y sus vidas. Gozosos pesimistas del patrimonio familiar. Están reunidos en una plazoleta. Un viejo con una botella de vino como acompañante, frena en un kiosko. El auto vibra y se escucha al palo La bolsa. Debe tener una cena y seguramente comprará chicles y acaso preservativos.
Son las ocho, casi las nueve. Todavía se esperan noticias.
Hay intentos de saqueo a un supermercado. Zona sudoeste. Hay imágenes, enseguida llegan los videos a los noticieros. Se mezclan, se traman: desbordes. Caos. El otro tornado que puede arrasar a la ciudad. Más temible, incluso. Los vecinos y el dueño se pelean. Llega la gendarmería. Los vecinos están en la calle. Vuelcan los tachos de basura y los prenden fuego, arman barricadas, se paran de manos ante la formación de gendarmes que llegó para extinguir el foco. No tienen suficientes piedras, palos y proyectiles. Igual les tiran. Sofocan una chispa como si fuera un incendio. Aplican una violencia que no es antídoto, sino aceite de rodaje. La misma que todos los días, solo que más sistematizada. Como máquina visible.
No se lo esperaban. Hay errores humanos que exceden a los algoritmos. Más allá del rendimiento de sus cuadros y planillas. El arreglo parlamentario puede desconocer la voluntad popular para tomar decisiones, pero no puede controlar sus efectos.
Los rumores del levantamiento inflan la ciudad. Los balcones son palcos que dan a la calle y observan el pasaje de los hastiados. Antes que levantamiento: quilombo, hartazgo, reclamos. El bardo latente. Dan dos vueltas a la cerradura; traban las ventanas; bajan a más no poder las persianas. Los autos se guardan en los garajes, una noche paga en la cochera. Cada cual a su casa, a seguirla por televisión. Salen los fantasmas, toman volumen y dimensión. Están ahora, ahí. Llegó. El futuro o el pasado, ese mazacote de tiempo que parece incrustado en el pecho de la realidad, eso es lo que aparece de materia entera ante los ojos.
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Cacerolazos. En las esquinas. Desde los balcones. Las columnas surgidas se abalanzan en un abrazo de calle. En varias ciudades, hay gestos. Una gran movilización central se reproduce en decenas de variantes. No son los rostros violentos que muestran en la televisión. Son rostros más bien parecidos. Se escucha el mismo tañido de latas, el mismo grito mancomunado, es idéntica la forma en que las viejas se asoman a la puerta de la casa y aplauden, y desde la calle un grupo canta que con los viejos no se metan, y desde lo alto baja un alarido, y las cacerolas se desparraman a lo largo de dos o tres cuadras, a su vez desparramadas por todo el centro de la ciudad. Apenas asomando, tomando mates en la puerta, puteando al pasar caminando por una cuadra activa, tocando bocina y dejando algún insulto compartido. Lentamente, el rumbo elegido es el Monumento.
Arriba la gente en oleadas. “Y al que no le gusta, se jode, se jode”. En unidad. “Si bajan todos, se va a escuchar”. Se copan los andamios de la obra de refacción del edificio. “No se tocan, los viejos no se tocan”. Se ocupan los alrededores del Concejo municipal. “Jubilados, jubilados”. Se habitan los parques de madrugada. “Este gobierno es represor”. Se grita y se canta. “A la reforma, se la meten en el culo”. Se arman rondas, circularidades que aúnan sus canciones. Espacios íntimos improvisados sobre la marcha -encima de, complementándola-. Enlaces de cuerpos, breves fusiones; y también fisuras de toda dureza previa. Banderas argentinas. Clase media que no estaba en los cálculos. Emergente de la revulsión por abajo. Una tapa que vuela por los aires. Es algo momentáneo, lo propio de esas gestas comunes.
En todo el territorio se replica el fenómeno. La movilización de la tarde, violentada por peligrosa, disuadida a la fuerza por revoltosa. A la noche: una peregrinación pacífica hacia el Congreso otra vez despabila la represión. Tres de la mañana. Hay corridas y tiros en Ciudad de Buenos Aires. Los diputados continúan. En el Monumento, la muchedumbre comienza la retirada. Faltan unas cuantas horas para que la votación dé la afirmativa a la reforma. Diez votos de diferencia. Diez ausentes. Dos abstenciones. Casi todos se fueron a dormir, y al levantarse, encontraron el país tumbado.