La costumbre de organizarse

Por Diego Carballido. Fotografías: Ana Isla
Son casi las seis de la tarde, y las paradas de colectivos aglutinan a todos aquellos que tienen el deseo de abandonar el centro rosarino para regresar a sus casas. Camino por calle San Lorenzo, hacia el oeste, justo donde los nombres de las calles que cruzo dejan de ser provincias para convertirse en próceres. Me cruzo con algunos locales que, ajenos a lo que se está gestando a unas cuadras, intentan mostrar su compromiso con la jornada con inocentes slogans comerciales que buscar ser un atractivo para los y las transeúntes. “Feliz día de la mujer” reza un plotter sobre una perfumería y unos cabellos rosa se despliegan, tapando fragancias y cremas.
Sigo por San Lorenzo y trazar el paralelo histórico es inevitable. Otra vez, ese nombre como escenario de batallas, pero esta vez sin un enemigo de cuerpo presente. No hay ejércitos de realistas desembarcando sobre las costas, sino que la defensa se hace contra un ente mucho más grande: el patriarcado, hijo predilecto del capitalismo. Si seguimos usando a la historia como marco de referencia, son Moreno y Dorrego, ambos portadores de firmes convicciones, los encargados de contener a tanto estrógeno. Las mujeres, protagonistas silenciosas de las principales epopeyas de la historia, capaces de soportar slogans tan violentos como “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”; hoy se dieron cita. Se organizaron para hacer oír su voz con más fuerza que nunca, y constituyen un frente de lucha que no tiene intenciones de retroceder. “Son muchas, y están organizadas” escucho decir al pasar.
Al llegar a la plaza, me recibe una marea que recorre varias cuadras, dispuestas a marchar; algunas con bombos, otras con pañuelos verdes, veo como el color violeta toma por asalto a las consignas partidarias pero, sobre todo, se percibe la alegría de encontrarse. Me cruzo a varias compañeras de Sin Cerco y aunque algunas están cumpliendo su tarea como reporteras, una sonrisa les recorre el rostro y están exultantes ante semejante convocatoria. Tal vez, el fenómeno no las sorprenda, porque Rosario ya ha dado pruebas acabadas de movilización bajo consignas como “Ni una menos”, y por eso eligen una sonrisa para demostrar la satisfacción que sienten ante tamaño fenómeno. Saben que están siendo parte de un momento histórico, y lo hacen con entusiasmo, firmeza y felicidad, un tridente difícil de rebatir.
Lentamente las columnas comienzan a avanzar, y el cielo plomizo que las acompaña empieza a derramar las primeras gotas de lluvia. Pero ni el clima se les animó, sólo fue un poco de agua como para calmar tanto calor humano y rápidamente todo volvió a esa plomiza normalidad.
En el camino, los sonidos de los redoblantes se mezclan con aplausos y los cantos musicalizan la tarde noche. Las consignas son diversas pero tienen un eje en común, el modelo de sociedad patriarcal, tal cual como está, no puede continuar. Las mujeres sintieron el sabor de empoderarse y, por esa senda, el planteo de otro escenario es un camino que no tiene retorno. Fotografías de las víctimas de los femicidios -palabra que ni el corrector de Word reconoce-, tanto tiempo edulcorados por nosotros mismos bajo el título de “crímenes pasionales”; el deseo de no ser más juzgadas por su forma de vestir, poder caminar tranquilas sin ser acompañadas ni por nuestra sigilosa mirada ni por el miedo. Sentirse completas, únicas y capaces de ocupar los mismo lugares que nosotros ocupamos desde hace siglos, recibir el mismo reconocimiento humano y económico por su desempeño; son todas postales que me atraviesan mientras me detengo a observarlas en un sinfín de columnas no deja de pasar.
Intento llegar al comienzo de la marcha y se hace casi imposible, en el medio me encuentro con las trabajadoras de la General Motors, vociferando y encabezando una columna que muestra a sus compañeros varones acompañando y secundándolas. Su grito denuncia el ajuste que ellas mismas están sufriendo y consignas en contra del gobierno nacional. “¿Qué tiene que ver la política con el día de la mujer?” escucho decir, al pasar a un señor sexagenario que mantiene atenta su mirada con las manos hacia atrás. La pregunta me queda boyando mientras sigo caminando e intento buscar una respuesta entre las participantes. Tiene mucho que ver, y para eso solo basta hacer uso del lugar común que busca ser principio y, hasta guarda un tono académico para quien lo utiliza, “todo hecho es político”. Más aún, en estos días, la respuesta está cargada de imágenes sumamente cercanas y cotidianas. En una semana donde nuestro país fue escenario repetido de movilizaciones masivas, las mujeres decidieron hacerse eco de lo que sucede en las calles y no dejaron afuera del reclamo consignas que hablan de desempleo y recorte ¿Cómo no se van a hacer eco?, si los avances que se habían producido en materia de género, y que tenían acompañamiento del Estado, poco a poco, están siendo vaciados bajo consignas como un “Estado efectivo” o una “desburocratización de las ramas estatales”, aunque es sabido que lo único que se esconde es un retroceso en los derechos adquiridos.
Casi llegando al Monumento, un sonido agudo invade la intersección de las calles San Lorenzo y Laprida, son los gritos de algunas participantes, interrumpidos incesantemente con palmadas sobre los labios. Casi una imagen tribal en pleno microcentro rosarino, un gesto que contagia y llena de fuerza.
Al llegar a la calle Buenos Aires, un pequeño grupo de mujeres policías custodia la entrada de la Catedral, con atención siguen el trajinar de la marcha y son oyentes de las consignas que exigen la legalización del aborto. Se canta acerca de tener la posibilidad de decidir sobre su propio cuerpo, la potestad de tomar una decisión sobre su integridad física, sin dogmas o instituciones que medien. Tan simple como eso. Tan complicado como eso, aún en pleno siglo XXI. Tan político como eso. Mientras la marea me lleva al centro del Monumento, donde se va a realizar el acto principal, me quedo pensando en esto. Podríamos decir que debajo de esas uniformadas también existe un cuerpo de mujer que sentirá, o no, la necesidad de hacerse con esa libertad de elección. Una paradoja.
Una vez en las escalinatas, la convocatoria muestra todo su despliegue. Otra vez, ellas, lo lograron. Movilizaron a cientos de miles, debajo de consignas que las involucran y, sin duda, proponen otro modelo de sociedad. Los cantos y los estandartes inundan el lugar elegido por Belgrano para alzar nuestra bandera. Nuevamente, las orillas del Paraná fueron testigos de un hecho histórico. Esta vez, las banderas confluyeron en una sola bandera, una de color violeta, y hasta unos pañuelos verdes anudados en los cuellos ofician de escarapelas. Las mujeres volvieron a dar ejemplo de organización y nos dejan sembrada la semilla de un nuevo escenario político. Está en nosotros, los hijos del patriarcado, escuchar, respetar, aprender, acompañar y participar de esta nueva sociedad que se está gestando.